Cuando digo que te añoro
no se muy bien a quien me refiero:
¿A tus labios y a tus manos
al color amable de tu cielo?
¿Al fuego entre tus piernas,
a las tormentas que revientan
sobre las costas y los pueblos?
Añoro tu paz y te temo.
Hijo de tus sagas,
reconozco mi linaje,
y amo con pasión
las pasiones que me has regalado:
aquellos besos de fuego,
la rabia,
el silencio,
el olfato.
Las piernas de mi amada
añoradas durante milenios.
Sus ojos y su sexo.
Sus dulces manos.
Amo tus pechos de tierra y roca
y los valles frondosos donde se alojan
los rincones más ricos de tu cuerpo.
Te añoro y añoro sus besos.
Te temo y temo su silencio.
Temo tu indiferencia cansada.
Temo su despreció y su rabia.
Mi especie,
la especie humana,
se ha equivocado.
Y yo añoro los tiempos
de paz con el planeta
y de pasión entre tus brazos.
Morir de añoranza
entre las tormentas blancas
del cambio climático.
Morir en la distancia
de aquellas manos amadas
que ofrecían esperanza
a mi cuerpo desgastado.
Morir, sí, pero ¿cuándo?
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