jueves, 11 de junio de 2020

Unificación.




La ley de la polaridad;
de la tensión entre dos polos opuestos,
surge lo complementario.

Si negamos uno de los dos polos,
nos negamos 
el camino no marcado
que lleva a la plenitud.

Bueno y malo, 
enferma y sana,
única en mi conciencia
y parte de la conciencia colectiva,

luchando y quieto,
abierto y cerrado,
todo a un tiempo,
sin miedo a la imposibilidad
de abarcar los extremos
y de unificar la experiencia.

Sin miedo, sí,
pero con miedo
 de perder esta tierra
en la que habitamos.

Miedo a que no sepamos
unificar lo que es complementario:

tu cuerpo y mi cuerpo,
tu cuerpo y mi mente,
mi mente y la mente colectiva,
el que lucha y el que medita,
mi vida y la Vida
 que acoge y habita
este momento y  sus espacios.

Sin miedo a lo que pase,
confiando,
que hay una unificación que no comprendo
hacia la que hay que avanzar
aceptando,
la complementariedad de lo opuesto:
soy yo,
pero solo contigo y con todas,
me completo y me hago plenamente humano.

lunes, 1 de junio de 2020

¿QUÉ HAREMOS?





Llevamos casi dos meses de confinamiento.

Al principio, se hizo el silencio. 
Me asomaba a la ventana, por las mañanas,
a la hora incierta de despertarme, 
y escuchaba a los pájaros.
O escuchaba el balanceo de los árboles 
que hay  en mi calle, cuando los mecía el viento.

O sentía el sencillo y hermoso silencio.

También por las tardes, cuando volvía a la ventana, a tomar el sol, 
disfrutaba de la Gran Calma y de los sonidos de la Tierra.

Salía a la compra de vez en cuando,  
como soy de los afortunados que no ha perdido el trabajo, 
lo hago desde casa, con más pena que gloria,
solo podía salir a la calle para ir a la compra, 
y aún había mucho silencio.
Los pocos coches que por entonces circulaban
eran una perturbación extraña que no se imponía
en el sonido del ambiente.

Luego salimos de paseo, escribo desde ese momento
al que han llamado la “fase cero de la desescalada”.
Ha abierto de nuevo el comercio y hay más gente que compra 
y más personas que trabajan.

Y luego estamos quienes salimos a hacer deporte.

Caminaba y algo extraño había en el entorno. 
Algo irritante, molesto, novedoso.
¿El miedo y el enfado ante la gran batalla
de la lucha de clases, que además estamos perdiendo?
¿Es eso lo que me altera e irrita?
¿La gente que no respeta las medidas
con las que supuestamente nos protegemos?

No.

Era el fin del silencio.
Coches circulando por todas partes, coches corriendo.
Como antes, como siempre ¿O ya lo has olvidado?

Mi cuerpo y todos los cuerpos recordaron,
durante el confinamiento,
que están hechos para los sonidos de la tierra: 
la voz de los pájaros o el aullido de un lobo 
o las olas que rompen
o una brisa que sopla y ondula la hierba.

Lo habíamos olvidado pero ese recuerdo está dentro de cada cuerpo,
como el de caminar y mover los brazos o el de  amar sin remedio.
Lo habíamos olvidado y con el confinamiento, renació ese recuerdo.

Y ahora que lo estamos perdiendo, 
con el regreso de la vorágine de la civilización del consumo
¿nos conformaremos con los ruidos y los humos, aunque creen empleo?



¿O qué haremos?

AVANZA LA DESESCALADA


En la fase uno de la desescalada, las calles están abarrotadas.
Hay gente que camina hacia su trabajo, poca, por desgracia.
Muchas personas están en el paro o en los ERTES o peor aún,
en las largas colas de los bancos de alimentos.
Las demás personas que deambulan por las calles, el resto,
tal vez vayan a la compra,
o a una terraza a tomar una cerveza
o a casa de algún familiar 
o echar un polvo con su pareja,
a la que no ve desde hace más de cincuenta días.

Y luego están los coches ¿por qué hay tantos? 
En Galicia la población está muy dispersa y para muchas de las cosas
que decíamos más arriba, la gente se desplaza en coche.
Vale, lo comprendo. Pero…
¿Es este el futuro que nos prometieron?
¿Quién prometió nada?
Y si algo prometieron es que volveríamos a la senda
del ansiado crecimiento tan rápido como fuera posible.
No se si se cumplirá tal promesa,
pero es más que posible que reventemos en el intento.



La fase dos avanza y con ella, la conciencia de que ya no hay riesgo.
Proliferan como nunca lo hicieron los botellones en espacios naturales
a los que por supuesto, se puede llegar en coche.

Los coches, producto de una industria que languidece a medida que avanza el siglo, 
son otra pandemia, esta amada y consentida,
pues, dicen, nos dan calidad de vida y además, crean empleo.
Desde que dijeron que eran la mejor opción para todos los desplazamientos,
que se va más seguro,
porque en los buses y en los trenes y todos los medios de transporte colectivo,
el virus se expande sin pedir permiso,
desde que eso se dijo, 
la gente va en coche incluso para distancias muy pequeñas.

¿Y en las terrazas?
¿Y en los botellones?
¿Y en esas reuniones en las playas donde se juntan manadas
de supuestos deportistas que no pueden renunciar al exhibicionismo?
ahí ya el virus no parece preocupar tanto.

Las escuelas cerradas...vale, será por algo...
¿Y luego el alumnado se junta como ganado en las terrazas abiertas?
Algo no me encaja, pero me callo, pues no soy un especialista.

Me rindo.
Si alguna vez pensé que de esta cambiaríamos, veo que nos dominan
las facciones más ignorantes del pueblo,
las que se arropan con sus banderas,
con su ego,
con su ignorancia y su deseo de fiesta y borrachera,
de consumo desaforado,
y luego votan a otros idiotas para que griten su ignorancia
en las tribunas más elevadas del estado.

La hemos cagado. Nuestra especie no tiene remedio.

Ojalá no esté en lo cierto y la pesadilla solo sea el producto
de una maquinación de los medios de comunicación
buscando desmovilizar la inteligencia.

Todo es posible.
Pero lo que se ve, huele a mierda.