TU CUERPO Y EL BOSQUE

 TU CUERPO Y EL BOSQUE

Las luces de las calles se reflejan en las aguas, apenas hay corriente. La marea está en su punto más alto, en ese rato de equilibrio. Ni una brizna de viento. Se respira paz. La tregua, breve, entre el río y el mar se expande como una ola de calma por todos los rincones del pueblo. 
Se intuyen el valle y el bosque.
 Mañana me perderé entre sus caminos, correré por sus más abruptas pendientes, sudaré y mi sudor se mezclará con el aliento del río y acabaré, como siempre, empapado. Me espera un remolino de agua brillando con la luz que se cuela entre nubes y ramas. Y la garza, y algún corzo despistado, y el sonido del río precipitándose, rabioso, al cercano mar. Cuando me pare a contemplar el paisaje, el de siempre, una mano amiga habrá dibujado en el bosque juegos de luz  diferentes a los de ayer o a los de la otra semana; sonidos, olores, la misma forma de mirar de mis ojos, renovarán para mí el paisaje de todos los días. Y el rito se cumplirá de nuevo: primero sudaré a mares recorriendo las breves montañas que bordean el valle; gozaré de sus olores, acariciaré sus pezones oscuros, buscaré los caminos más íntimos para llegar a los lugares más alegres de tus ojos y en tu boca me desangraré despacio, cumpliendo cada etapa de este recorrido encendido y delicado. Y desde las montañas bajaré hasta el centro de la corriente, correré por las grandes rocas de la orilla, sortearé como pueda las zonas de rápidos y en los vericuetos donde el río se encajona escalaré con la técnica más audaz y depurada hasta encontrarte. 
Volveré como siempre, mojado, agotado, amado, con los sentidos colmados de placeres que se renuevan cada vez que entro en el bosque y en tu cama.

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