Antes del colapso,
hubo silencio.
Fue un silencio
colmado por el ruido de los misiles,
que zumbaban invisibles
antes de sembrar el infierno.
Luego el terror se fue extendiendo
a todo lugar y tiempo,
a toda conciencia despejada,
mientras miraban y callaban
las élites de occidente.
Aquél silencio cómplice
se tornó en un agujero negro
que engulló los últimos restos
de unas democracias podridas.
Y ya a la deriva
navegamos en una crucero de lujo,
que se precipita ciego y mudo
hacia los confines del universo.
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