La que sufre
el ardor del guerrero
en las noches calientes,
en el borde de la ciénaga,
la que espera paciente
el primer rayo de luz del alba,
para volver a casa
mientras se esconde del vampiro.
La del grito no escuchado
en ningún telediario
del mundo libre,
saturados por la voz triste
de la decadencia.
La de la decencia
que no se explica
en manuales ni catecismos.
La que corre al borde del abismo
acompañada de un lobo.
La que brilla en el lodo.
Esa y todas.
Esa y todo.
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