Ese día fue una tarde
y la brisa del mar se colaba
por los ladrillos rotos
de la pared de la casa.
Hablabas y yo escuchaba
palabras no dichas,
ni siquiera pensadas,
palabras como cuchillas
que no existían,
pero rajaban.
Rajaban mi hambre,
mi carne recalentada
por la dureza de los datos.
Rajaban mi pecho
de lobo enamorado
corriendo hacia el sosiego.
Y así pasó aquél día que fue una tarde,
en la que la brisa del mar
cambiaba de lugar
las palabras y los deseos.
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